… acabo de saber que el edificio en que vivo tiene 40 plantas y que da a 3 calles y a 1 avenida;
y es que, entre una especie de niebla densa, en la que he estado inmerso y cegado toda la vida,
siempre pensé que mi casa estaba sola y aislada, y que, además, era estrictamente de planta baja;
cada vez que salía y cerraba la puerta, jamás se me ocurrió pensar en que podría
acceder a tales calles o tomar un ascensor hasta el último piso y divisar por completo la ciudad;
…e igualmente y de la misma forma, estaba convencido de que la gente que cruzaba ante mi puerta,
– que tal viniese de un ascensor o se dirigiese a él –
era la misma transitando por la calle, y que por tanto se movía, se alejaba y desaparecía sin más;
pero ¿ y los ascensores ? ¡ah, perdón, perdón por este asombro, pero qué me dicen de los ascensores…!
¡ oh Dios mío, gran señor de la vida, qué ingenio, qué descubrimiento…!
cómo habré podido vivir 90 años sin la menor inquietud,
sumido en la indolencia, entre mis 4 paredes,
y creyendo siempre que el rol de los demás habría de ser también muy similar al mío, incluso idéntico;
¡… un ascensor, amigos, un ascensor…!
y es que, palpitándome aún, porque tan sólo hace un instante,
he visto y sentido que rápido, muy rápido, es algo que me elevó hasta el fin del mundo,
que desde allí arriba me asomé y que, de pronto, descubrí el sol, los coches, gente por todas partes,
y hasta un río hermosísimo y limpio que ahora sé que corre justo, justo, al lado de mi casa;
… 90 años asumiendo que era quimérico abrir, iluminar y transitar por lo imposible;
90 años protegido por candados y resguardando mi casa viva con gruesas cerraduras
y altos muros de hormigón, seriamente armados y reforzados;
¡ 90, 90, 90 años…!
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El vaso extraña y corre
Un iglú alto
Ya no abraza el festival
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