Querida ignorancia,
obstinada locura,
cárcel de deseo.
Me pones a prueba siempre que quieres.
Ingenua del acto, repites el gesto que me lleva al desconcierto del día después.
No percibes, no descifras que dominas el instante.
Y me pones del revés…
Adviertes mi empeño por resistir guardada y aún así enseñas la llave que solo tú tienes haciendo que me sonroje y me tema.
Y cuando logras estremecerme, te la vuelves a guardar en el bolsillo junto a tu olvido.
Llegará el día o la noche en que tu flexibilidad dará la cara y en el atrevimiento de mostrarte como te crees apostarás al riesgo temerosa de respuesta, encerrada entre las tres paredes del baño y la puerta en tu espalda.
Ese impulso que te inquieta, quizás mejor dejarlo aparcado en otro lugar.
Sabes que este camino no te lleva a ningún sitio.
Es una calle cortada y está prohibido aparcar.
Saborea lo dulce de «a poquitos».
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El jardín es tan alto
Un hombre es visible
Un hombre es visible
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