Fue una vez en que comió la tercera hambre
del cansado alimento hecho pesadilla sin
trabajo al pie del frío inefable en la luna fiera
con la brillante desilusión del anillo bailando
en los bolsillos de una moneda fugaz, y ligera
al probar los colores de la lengua que no tenía,
al vestir las imperiosas playeras polícromas,
que no llevaban pantalones de morsa en la
timidez que había contratado en aquella alegría
monótona y besando las brumas en la rebeldía
sensual de los centauros de cristal por esa
ocasión caminando sin saber la razón que casi
nadie notó en la anárquica realidad de los grises
comentarios heróicos y soñadores de espíritus
regios que cruzan las praderas de los versos
al compás de las ondas que no entienden los
dolores de los circos que regalaron pan hecho
del terror dentro de un reloj añejo en la ribera
que no mejoraba la percepción del apetito segundo
a segundo preguntando la nueva manera de acero
del teléfono menos desagradable al olfato en
funcionamiento como una lavadora habitaba el fondo
jabonoso creciendo con el trino de unas aves que
lanzaban las ventanas arrugadas por el baño
deglutido con fruición implacable y vengativa
por la espesura de una gota prolongada obstinada
en ser lluvia por el cristal de las estatuas como el
vuelo de la brisa en la cumbre sonrojada de los besos
por encima de dónde los movimientos se clavan al
aliento que nace de las últimas quejas entre la suerte
contraria como un fuego artificial de radiante edad
en la benigna opinión de los escarabajos que presagian
el destino agusanado de la selva apasionada por el
viento delicado del desierto que procede a su apertura
harto de sus burlas que luchan contra el hambre congelada
por la ingestión del trabajo sobrante haciendo el bien por
doquier con la excusa de salvar todo el mínimo mundo
hecho sombra de la nada al subir en ascensor a un décimo
piso en la cáscara dócil de los últimos días desocupado
por un párrafo de vientre confundido… ¡ Sólo un ínterin !.